Un artículo publicado en la revista New York Times abordó una realidad muy triste de Japón. Un fenómeno que los japoneses llaman hikikomori, una condición psicológica que hace que las personas se alejen de la sociedad, permaneciendo en sus casas durante meses e incluso años
Solo sale de su casa cada tres días para comprar comida y no ha visto a su familia en 20 años. En Japón, este fenómeno tiene un nombre, los "hikikomori". El movimiento se expandió en los años noventa, pero ha adoptado una nueva dimensión con el envejecimiento de sus cientos de miles de ermitaños.
En 2016, el censo del gobierno japonés elevó la cifra a 540 000 personas entre los 15 y los 39 años. Pero podrían ser el doble. Como muchos prefieren permanecer totalmente escondidos, no se contabilizan. Solía pensarse como algo pasajero, producto de la aflicción de una persona joven, pero "ellos envejecen y permanecen encerrados por más tiempo".
La duración del aislamiento es cada vez más larga: en el estudio de 2016, más de un tercio de las personas interrogadas afirmaban llevar más de siete meses aisladas de la sociedad, contra el 16,9% de 2009. A medida que el hikikomori envejece, las probabilidades de que vuelva a entrar en el mundo disminuyen.
¿Por qué uno se convierte en "hikikomori"?
El fenómeno sigue siendo un enigma en gran medida, pero los entrevistados suelen explicar que vivieron relaciones difíciles en la escuela o en el mundo profesional, o que no lograron encontrar empleo. "Lo que sabemos es que les hicieron daño. Padecieron vejaciones o tuvieron problemas en sus relaciones laborales", indica Kayo Ikeda, psicóloga clínica.
En otras sociedades la respuesta de muchos jóvenes sería diferente. Si no encajaban en la corriente principal, podrían unirse a una pandilla o convertirse en gótico o ser parte de alguna otra subcultura. Pero en Japón, donde la uniformidad sigue siendo apreciada y la reputación y las apariencias externas son primordiales, la rebelión se presenta en formas silenciadas, como el hikikomori.
Ikeida, un hikikomori, vive de las ayudas sociales y de la escritura de sus artículos. Sumido en la angustia, desea ardientemente restablecerse, por lo que le pidió a sus padres que le acompañaran a un psiquiatra, pero estos se negaron. "Quiero que la sociedad entienda que no estamos locos", defiende. Su mayor miedo: morir solo, otro fenómeno que tiene nombre, "kodokushi"; envejecido y sin hijos.
"No quiero morir de esta forma. No quiero que me encuentren podrido. ¿Quizá debería solicitar más visitas de los servicios de salud? Pero, al mismo tiempo, no quiero… ¡Es un sentimiento tan contradictorio!", dice Ikeida, con pensamientos confusos. Es evidente que necesitan ayuda. ¡Oremos para que Dios levante misioneros en Japón!